ENAMORADOS DE
VALDIVIELSO / EL MARIDO DE LA MAESTRA: MÚSICO, DROGUERO Y REPUBLICANO
Doña Leonor
y don Juan Manuel habían cumplido ya 52 y 54 años respectivamente cuando
llegaron a Tartalés de los Montes en septiembre de
1928. La pareja estaba casada desde 1896 y tenía seis hijos nacidos entre 1897
y 1916.
Ambos eran
segovianos. Doña Leonor Rodríguez González había estado trabajando como maestra
en varias escuelas de la provincia de Segovia: en 1908 va a Velilla, luego a
Segovia capital como maestra de primera enseñanza superior, en 1910 a Zarzuela
del Pinar, en 1912 a San Rafael, hasta 1924 está en el pueblo de Madriguera
(con una excedencia en diciembre de 1922), y luego en el de Madrona, hasta que
se le ocurrió de repente, en julio de 1928, solicitar una permuta e
intercambiar plaza con doña Dominga Gil Galindo, que llevaba un año trabajando
en la escuela mixta de Tartalés, un pueblo que
entonces tenía 90 habitantes, situado en un precioso paraje de montaña, pero
con un camino de acceso solo practicable a pie o a lomos de caballerías.
¿Y a qué se
dedicaba su esposo, don Juan Manuel Gilmartín
Hernanz? Pues hay que decir que era músico, droguero y republicano. Las dos
últimas cosas le venían de familia. La primera, su faceta de músico, le llevó a
componer una canción para Valdivielso, que el consistorio de la Merindad aceptó
complacido en marzo de 1929. Así se reflejó en el acta: “Canción del Valle: Se
dio cuenta de la canción del Valle dedicada a este Ayuntamiento por D. Manuel Gilmartín, esposo de la Sra. Maestra de Tartalés
y residente en el mismo. El Ayuntamiento acuerda aceptarla y que se divulgue
para conocimiento de cuantos sientan afecto por Valdivielso. Se den las más
expresivas gracias a su autor.” El compositor llevaba poco más de seis meses
viviendo en Tartalés. Habría conocido antes
Valdivielso, por supuesto, pero ¿quién era este hombre? Bueno, vayamos por
partes.
Don Juan
Manuel había nacido en Segovia el 13 de enero de 1874, siendo hijo de don
Gabino Gilmartín Cerezo y de doña María Hernanz
Pérez. Don Gabino, el padre, fue un personaje muy peculiar, ilustrado y
progresista, del que vale la pena contar unas cuantas cosas. Nacido en 1846 en
el pueblo segoviano de Fuentepelayo, el joven don
Gabino inauguró su negocio en la ciudad de Segovia en 1871, a los 25 años de
edad. Se trataba de una droguería, con laboratorio propio, en la que se vendían
al por menor y al por mayor todos los productos químicos de pintura, tintorería
y fotografía que se utilizaban en la época, además de instrumental quirúrgico y
productos farmacéuticos, siendo de destacar los elixires curativos, las
píldoras antifebriles, los polvos dentífricos chinos, el agua de Carabaña, los
nuevos aditivos para conservar los vinos, los quitamanchas, etc. De todo esto
dan buena cuenta los anuncios que le mencionan en la prensa de la época. Estos
también nos dicen que en 1872 era proveedor de aceite de linaza para obras
municipales, y que en 1877 ganó un diploma en el Certamen de la Real Sociedad
Económica con el agua de colonia que él mismo había creado. Esta faceta de
inventor le resultaría fatal, pues falleció en diciembre de 1885, con tan solo
39 años de edad, a causa de una explosión sobrevenida en una fábrica de
dinamita de su propiedad, situada a las afueras de Segovia, en la que el
intrépido químico se encontraba solo fabricando una remesa de un nuevo y
extraordinariamente potente explosivo que él mismo había inventado: la cloroforcita. Su viuda, doña María Hernanz, y su cuñado y
encargado del almacén, don Andrés Hernanz, se hicieron cargo de la droguería y
de todos los negocios, dado que los tres hijos del matrimonio eran aún menores
de edad. En abril de aquel año fatídico, don Gabino había sido elegido miembro
de la Sociedad Económica Segoviana de Amigos del País. La política no le fue
ajena, ya que aparece en 1868, el año de La Gloriosa, firmando una vehemente
protesta contra las limitaciones del sufragio universal, en la que se expresa
también el gozo por ver a España libre de la monarquía. En su obituario se
decía que "era muy patriota y mandó dinero para la fianza de los síndicos
encarcelados y socorría a los emigrados...". Como si ya estuviera pensando
en el futuro de su hijo Juan Manuel, en 1884 don Gabino había suscrito acciones
para la construcción de un teatro en la Plaza Mayor de Segovia. Y, dicho esto,
ya es hora de pasar a hablar de don Juan Manuel, o don Manuel, el inmigrante de
Tartalés.
En 1892 la
droguería y perfumería Gilmartín se traslada a la
Plaza Mayor de Segovia, y en 1895 la familia Gilmartín-Hernanz
abre una segunda droguería en la ciudad, quedando los viejos locales de la
calle Cintería como almacenes de venta al por mayor de artículos de droguería,
perfumería, ortopedia, tintorería, pirotecnia, litografía y fotografía que
dirige un hermano de doña María Hernanz. Hay un gran negocio familiar en
marcha, pero el hijo y sobrino de este pequeño imperio, Juan Manuel Gilmartín Hernanz (muchas veces su nombre de pila aparece
solo como “Manuel”) siente pasión por la música, el deporte y la política. Se
ganará la vida trabajando en los almacenes familiares de venta al por mayor y
como representante, o lo que llamaríamos también viajante de comercio, pero
desde muy joven empezó a cantar como tenor y en 1898 consigue ya muy buenas
críticas que alaban su “magnífica voz”. He visto reseñas de sus éxitos como
cantante entre 1901 y 1904 en teatros castellano-leoneses y, en 1914, va a
Londres como director de un grupo de música y bailes populares segovianos. Se
dice que tuvo un gran éxito al conseguir que los danzantes interpretaran el
himno británico con acompañamiento de los típicos palos segovianos.
Además de
tomar parte en alguna que otra “carrera de velocípedos” de la época, también
quiso participar don Juan Manuel en algunas elecciones municipales (en política
y en comercio solía utilizar su nombre de pila doble). Siempre se presentó como
candidato independiente, al menos en las relaciones de candidatos que he visto
y que son de los años 1903, 1905 y 1913 en la ciudad de Segovia. En la misma
ciudad se presentó como candidato al cargo de juez municipal en 1923. No parece
que el triunfo fuera lo suyo, pero sí lo de persistir en las ideas republicanas
siguiendo el ejemplo paterno, pues vemos que en 1930, cuando ya estaba en Tartalés, preside una agrupación republicana formada por
varios vecinos de dicho pueblo.
Como músico,
sin duda se sintió inspirado mientras contemplaba el valle desde Tartalés, pues a los seis meses de llegar ya presentó en el
ayuntamiento de la merindad su composición titulada “Canción del Valle”.
¿Seremos capaces algún día de encontrar la partitura? ¿Cómo serán su letra y su
melodía?
Otra
pregunta a la que no he podido dar respuesta es una que me parece crucial: ¿Qué
fue lo que impulsó a doña Leonor y don Juan Manuel a irse a vivir a Tartalés? ¿De qué lo conocían? Intentando buscar alguna
explicación, no he podido evitar pensar en algo que relaciona a Tartalés con Segovia: la resina. Aquellos drogueros
segovianos comerciaban con productos fabricados a partir de derivados de la
resina: tintas, barnices, pinturas, disolventes, medicamentos. Tal vez a través
de sus relaciones comerciales hicieron amistad con alguien que conocía Tartalés, o incluso que fuera del mismo pueblo, y de esa
forma lo conocieron. Sin embargo, no parece que la pareja tuviera intención de
montar allí algún negocio. Al menos nada hay que nos pueda confirmar esto.
Acaso la colofonia y la trementina que salían de los bosques valdivielsanos
fueran, en este caso, meramente las transmisoras de información sobre un lugar
idílico en el que un par de románticos quisieron vivir durante unos años. Desde
luego, hay amor a una tierra en el hecho de componer una canción para ella.
También en impulsar la construcción de una escuela. La maestra y el músico
droguero vivieron en Tartalés hasta 1934, año en que
doña Leonor obtuvo el traslado a Ciruelos del Coca, regresando así a su tierra
segoviana, pero para 1934 ya se había conseguido que el Ministerio de
Instrucción Pública aprobara la construcción de una nueva escuela en Tartalés. Los arquitectos del ministerio dieron aquel año
su visto bueno al proyecto, aunque luego las cosas se complicaron y la
construcción no se realizaría hasta mediados de los 50.
No sabemos
qué fue de doña Leonor y don Juan Manuel en años posteriores, salvo que al
comenzar la guerra del 36 esta maestra seguía en
Ciruelos, y que se jubiló en 1946, recibiendo, según el BOE, una humilde
pensión de 2.400 pesetas anuales que le pagaba la tesorería de Alicante. Este
último dato me hace suponer que tal vez sufrió algún traslado forzoso. Habrá
que consultar la documentación correspondiente para saber cómo se resolvió su
expediente de depuración.
Sí sabemos,
porque algunos le conocieron, que un hijo suyo, don Gabino Gilmartín
Rodríguez (1916-1990), veraneó en Puentearenas y dio
clases de verano a algunos niños del valle. Era su hijo más pequeño y tendría
unos 12 años cuando sus padres se fueron a vivir a Tartalés.
Sin duda,
algo dejaron doña Leonor y don Juan Manuel en Valdivielso, aunque a estas
alturas nos esté costando encontrarlo, y ellos corran el riesgo de ser
olvidados. También la pareja y sus hijos se llevarían del valle algo bueno, por
ejemplo los bellos recuerdos que hicieron volver a su hijo Gabino. Por mi
parte, dejo aquí un saludo muy cordial y un brindis para ellos y para todos los
románticos enamorados de Valdivielso. Que no desaparezca ni uno y que aparezcan
muchos más. Así sea
Mertxe García Garmilla